20. Somos polvo de estrellas

La ciencia, imparable —en un año, hoy, surgen tantos inventos y descubrimientos como antes en un siglo— también afecta al pensamiento postmoderno. Cada nuevo hallazgo o avance puede sacudir esquemas y convicciones fuertemente arraigados. Pero los interrogantes humanos son los mismos que se formularon los griegos hace más de dos mil años.

Nuestro planeta es un pequeño astro alrededor de un Sol. El Sol forma parte de una galaxia con más de cien mil millones de estrellas. Y esta modesta galaxia es una espiral de polvo más, entre las cien mil millones de galaxias que pueblan el universo.

Nuestro universo… ¿es único? Ya se habla de multiversos.

¿Qué es el hombre en medio de tanta inmensidad?

Cuanto más lejanas se perciben las señales del universo, más retrocedemos en el tiempo. ¿Se llegarán a captar las primeras señales del “Big Bang”? ¿Fue realmente hace quince mil millones de años?

Otras teorías han surgido después de que Lemaître formulara la del Big Bang. Básicamente podemos resumirlas en dos tendencias:

—el universo está en eterna expansión, acorde con una visión lineal de la historia y que puede admitir la posibilidad de un momento inicial —o creación—

—se produce una explosión, luego una expansión y finalmente una implosión (Big Crunch), para volver a empezar; sería una teoría del “eterno retorno” o del universo oscilante, acorde con una visión cíclica de la historia

Un gran interrogante sobrepasa, por ahora, la competencia de los científicos: el universo, ¿ha existido siempre o ha nacido una vez de la nada?

A la hora de responder, ya no hay conclusiones científicas seguras y comprobadas. Nos movemos en el campo de la hipótesis, y detrás de cada hipótesis late una tendencia filosófica y un posicionamiento vital.

El universo, ¿es fruto de una inteligencia creadora o del azar?

«…las leyes y las constantes del universo están ajustadas finamente de un modo que favorecen el surgimiento de ambientes propicios a la aparición de la vida inteligente. Para el materialismo: un hecho suelto, inexplicable; para el teísmo: algo que cabía esperar de la inteligencia, el poder y la bondad de Dios». Francisco José Soler Gil.

«…no me vale la respuesta “Dios” […] una palabra comodín a la que atribuirle todo lo desconocido […] Y vuelvo a apelar al límite de nuestro conocimiento […] Aparte de decir que [el universo] existe porque existe y que su causa es la causa, ¿podemos decir algo más de tan profundas cuestiones metafísicas?» Martín López Corredoira.

«¿Y si no hubiera tal cosa como la supercosa-universo? ¿Y si sólo hubiera cosas, innumerables cosas que se suceden unas a otras, se juntan y se separan, acaban y empiezan, pero no hubiera ninguna gran Cosa formada por todas las cosas?» Fernando Savater.

(Las tres anteriores son citas del libro ¿Dios o la materia?, Barcelona, Altera, 2005)

Las preguntas persisten…

Joan Oró, bioquímico catalán que investigó los orígenes de la vida en Houston, decía que su racionalidad, como humano, le impedía creer en Dios. Pero su humildad, como científico, le llevaba a no rechazar la posibilidad de su existencia de modo categórico.

Admiraba el estallido de la vida, cuyo proceso físico y químico había estudiado a fondo, y afirmaba, haciéndose eco de otros científicos, que “somos polvo de estrellas”.

Jostein Gaarder, en El mundo de Sofía, concluye que…

«Al elevar la mirada al cielo, intentamos encontrar el camino de retorno hacia nosotros mismos».

«Somos una chispa de la gran hoguera que se encendió hace miles de millones de años».

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