19. Nuestra época

Tras una etapa racionalista, la sociedad vuelve a buscar algo que llene su vacío existencial. Por un lado, cunden el escepticismo, el relativismo y el desarraigo de las grandes tradiciones que han conformado la cultura occidental.

Por otro, y descartada la religión tradicional, brotan los llamados movimientos alternativos y los nuevos movimientos religiosos, que proclaman una filosofía global, una espiritualidad sincrética, tomando elementos de diferentes culturas y religiones, la adopción de ciertos estilos de vida —incluyendo formas de alimentación, pautas de salud, ciertas terapias, etc.

Auspiciado por figuras como Helena Blavatsky, Alice Bailey, Carlos Castaneda y otros, surge un vasto movimiento de raíces diversas, la llamada New Age. Recoge diferentes tradiciones espirituales y filosóficas y bebe de fuentes como el neoplatonismo, el gnosticismo, el Budismo, el mundo de las terapias alternativas, el ocultismo y la astrología. Como reacción al materialismo y al racionalismo, supone un retorno al mundo de lo mágico y lo sagrado. No se habla de religión, se rechazan los dogmas y las tradiciones, pero en cambio se alienta la vida espiritual en el ámbito privado y a la medida de cada cual. Ofrece caminos en la búsqueda humana de la felicidad, con la idea de que entramos en una era global donde morirán las viejas civilizaciones y nacerá una nueva era de paz y armonía. Dentro de la New Age se pueden incluir desde el naturismo hasta la parapsicología; desde algunas sectas religiosas hasta métodos educativos ampliamente difundidos. La filosofía New Age ha penetrado el arte, la música, el cine y hasta la política. En lo científico, cree en la interrelación de todo cuanto existe y en el concepto de planeta tierra como un ser vivo —Gaia—; en lo religioso, se presenta como un panteísmo ecuménico; en lo social, busca la solidaridad y el respeto por el medio ambiente; en lo cultural, sustituye el antropocentrismo de la modernidad por el geocentrismo o el cosmocentrismo, y en lo ético priman la conciencia individual, los sentimientos y el deseo por encima de la mente racional.

La muerte de la historia

Algunos pensadores como Kojève y Fukuyama, reflexionando sobre la realidad europea y norteamericana del siglo XX, llegan a la conclusión de que la Historia ha muerto para la cultura occidental. La humanidad encontrará un estado de bienestar globalizado en el que no serán necesarias las ideologías; para Kojève sería un estado socialista; para Fukuyama el neoliberalismo. La economía y la ciencia suplantan la filosofía y las ideas.

Para otros pensadores, la historia en Occidente ha muerto en el sentido de que se ha perdido la antigua conciencia de progreso, de identidad cultural y de tener una misión en el porvenir del mundo.

Los gobiernos mantienen un pulso y a la vez se alían con los poderes económicos que rigen el mundo por conservar el poder. La sociedad se ha convertido en una masa manipulable de la que obtener votos y consumidores que permitan perpetuar el poder de las élites. La historia se ha convertido en un pasatiempo, en un objeto de culto, una reliquia que comercializar y de la que sacar provecho como forma de ocio —museos, parques temáticos, filmografía y novelas—, y no un referente del cual obtener sabiduría e inspiración para forjar el futuro.

También el arte ha pasado de ser un lujo a un producto de consumo de masas. La literatura invade los circuitos comerciales, pugnando por conservar un lugar entre las artes audiovisuales e interactivas. El público, saturado de información, busca impresiones cada vez más fuertes que lo arranquen de la rutina y el hastío. Lo espectacular prima por encima de otros valores. Lo efímero —las modas— se impone.

El auge de las telecomunicaciones también ha propiciado que el intercambio entre culturas se intensifique. Las influencias mutuas enriquecen y a la vez homogeneizan a las sociedades. La globalización se da en todos los ámbitos, afectando tanto al pensamiento como a los modos de vida.

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