17. El existencialismo

El hombre está condenado a ser libre.


Tras el auge de la revolución industrial, el avance científico y la culminación del racionalismo filosófico, el mundo occidental vive la catástrofe de las dos guerras mundiales.


La religión ha dejado de ser la autoridad referente para muchos, pero tampoco la razón y la ciencia han logrado crear una sociedad libre y feliz. ¿Qué ha sucedido?


¿Qué sentido tiene la vida? ¿Puede el hombre ser verdaderamente libre o está sujeto a fuerzas que lo sobrepasan? Los filósofos existencialistas se preguntan sobre estas cuestiones. He aquí algunas respuestas… o mayores interrogantes.


Heidegger. Se le considera padre y precursor del existencialismo del s. XX. Su obra, a partir de la fenomenología de Husserl, se centró en el ser, en la vida humana y en su dimensión relacional. La existencia puede ser trivial, o más profunda y auténtica, cuando descubre su vocación para el ser. Sin embargo, está limitada por la muerte, que provoca en el hombre una angustia y, al mismo tiempo, lo hace valioso y único. Somos para morir, y la muerte se convierte en la riqueza más personal de cada uno. «Nadie puede quitar su morir a otro».


Heidegger revolucionó el rumbo de la filosofía al afirmar que «el problema de la filosofía no es la verdad sino el lenguaje». Tuvo una gran influencia en filósofos contemporáneos y posteriores, como Sartre, Derrida, Levinas y Lacan.


Sartre afirma que el existencialismo es un humanismo. El hombre siempre es el punto de partida: su existencia es conciencia del mundo y conciencia de sí. La existencia precede a la esencia. El hombre es para sí, y ha de crearse: su propia naturaleza no es innata. El hombre es “un extranjero en el mundo”, alienado, sin sentido, mortal. Ser consciente de esto provoca la angustia existencial.


Arrojado al mundo, el hombre está condenado a ser libre: a hacerse responsable de lo que hace. La responsabilidad nos hace elegir y encontrar un sentido a nuestras vidas. Ejercer la libertad exige que pongamos algo de nosotros. A esto le llama “existir auténticamente”.

Dos obras básicas: La náusea y El ser y la nada.


Simone de Beauvoir, compañera de Sartre, recoge algunas sus ideas y las desarrolla, no sólo en filosofía, sino en forma literaria a través de sus novelas. Traslada el existencialismo a la sexualidad: no existe una naturaleza femenina o masculina. La identidad sexual la creamos. En El segundo sexo afirma que la mujer ha de liberarse, responsabilizándose de sí misma, para forjar su verdadera identidad.

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